En los últimos
años, un nuevo concepto ha empezado a
tomar fuerza en el debate sobre la
tauromaquia. Originario de los EEUU donde parte de la comunidad portuguesa de
California lo reinventó hace unos 20 años, el término “bloodless bullfighting” (corrida no-sangrienta), que fue
posteriormente traducido al español como “corrida incruenta”, se escucha hoy a
menudo en los foros públicos donde el movimiento anti-toreo ya ha conseguido
poner el debate sobre la tauromaquia en plena esfera política. Pero este
concepto anti-intuitivo es mucho más antiguo, y mucho más contradictorio de lo
que parece a primera vista. Vale la pena analizarlo en detalle.
1.
La interminable búsqueda de
la “incrueldad”
La dinámica de la
etiqueta de “crueldad” asociada a las corridas de toros es integral al debate
taurino y tan antigua como la tauromaquia misma. El hecho de que espectáculos
taurinos son públicos, ha dificultado el proceso de esconder prácticas de
agresión al toro que son indudablemente crueles, y que los defensores de los
animales han ido mostrando a un público gradualmente más sensible al
sufrimiento animal y por tanto más contrario a tales prácticas. Esto ha forzado
que la industria taurina “reforme” su imagen de generación en generación, intentado modificar las prácticas que generan
más reacción adversa del público, y a “redefinir” sus actividades para
deshacerse de la etiqueta de “crueldad”.
Varias formas y estilos de corridas de toros han aparecido en diferentes
países a través de la historia intentando vender al público una imagen de la
tauromaquia más políticamente correcta.
En Andalucía, durante el siglo XVIII, las corridas de
toros empezaron a regularse, y el toreo
acabó tomando la estructura moderna actual. Pero en el mismo siglo, el
movimiento intelectual Europeo conocido como “La Ilustración” (denominado así
por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad mediante
las luces de la razón) empezó
a esparcirse por toda Europa, cobrando mucha fuerza en países como el Reino
Unido y Francia. Este movimiento es el que finalmente causó la prohibición de
espectáculos crueles donde se forzaba a animales a pelearse con otros animales
o con humanos, y el que germinó el movimiento de protección de los animales,
que en 1824 ya maduró lo suficiente para ver el nacimiento de las primeras
organizaciones animalistas en el Reino Unido.
Uno de los
primeros avances históricos de tales organizaciones fue la aprobación en 1835
de la “Cruelty to Animals Act”, Ley que
prohibió en Inglaterra las corridas de toros, las peleas de gallos, las peleas
de perros y todos los espectáculos de lucha animal que durante siglos habían
dominado la sociedad Británica. Sin duda esta Ley influenció a otros países, y
el año siguiente la reina de Portugal Doña Maria II prohibió por Real Decreto
la muerte del toro en público durante las corridas de toros realizadas en ese
país. La prohibición duró poco tiempo, pero se volvió a aprobar en 1928. Sin embargo, esto no eliminó la
crueldad de la corrida portuguesa ya que los taurinos siguen matando al toro en
privado (a veces dos o tres días después de la corrida, dejando al toro herido
y ensangrentado sufriendo durante todo ese tiempo en aislamiento), sustituyeron
la puya tradicional por un rejón de castigo que infringe un daño similar, y se
siguen usando las banderillas, que aumentaron de tamaño y por tanto desde
entonces causan más dolor.
La siguiente reforma significativa fue hecha en la década
de 1920 cuando se empezó a exigir el uso
de petos en los caballos de picadores en todos los países donde se toreaba al
estilo español. Como la muerte del caballo en frente del público era común, y
el movimiento de protección animal que había empezado varias décadas antes
empezó precisamente como reacción a los
abusos que los caballos recibían de los cocheros, esta reforma, que se hizo Ley
en España en 1928 y en México dos años más tarde, se conceptualizó con la
esperanza de parar de una vez por todas el efecto de la Ilustración que por
entonces ya había consolidado la prohibición absoluta de todo tipo de luchas
con animales en la mayoría de los países Europeos.
Sin embargo, esto
no apaciguó a los animalistas a quienes por supuesto también les importaba el
bienestar de los toros, no solo de los caballos, y las campañas anti-toreo
continuaron manteniendo la etiqueta de “crueldad” firmemente pegada a la
tauromaquia.
La siguiente “reforma” la encontramos en Francia en la
década de 1960, cuando las llamadas corridas “autóctonas” (la Course Camarguaise y la Course Lanadaise), donde no se mata a
los toros (o vacas), se unieron a la industria taurina. Este tipo de corridas se
habían realizado por siglos en sus formas originales no muy reglamentadas,
separadamente de la industria taurina, pero en los años 60 y 70 se
reglamentaron, se crearon federaciones , cambiaron de nombre, y al final se
unieron a la industria taurina española, posiblemente como consecuencia de que en
1951 el Código Penal de Francia, después de cien años de debate legal, prohibió
las corridas de toros al estilo español,
pero solo si se realizan en áreas de Francia donde no son tradicionales.
La corrida al estilo español fue
importada a Francia en 1835, cuando se dio en Bayona una corrida en honor a la Emperatriz
Eugenia de Montijo (una aristócrata española esposa de Napoleón III), pero la
etiqueta de “crueldad” impidió que la industria taurina se expandiera al centro
y norte del país, donde los efectos de la Ilustración aun eran fuertes. Cuando,
con la Ley de 1951, el rechazo a las corridas de toros “de muerte” en Francia las
clasificó como un crimen en la mayoría del país, la industria necesitaba más
que nunca una mejora de su imagen, con lo que se “alió” con las corridas
autóctonas, protegidas de mala fama por su carácter francés, y porque por esa
época no se las consideraba crueles. Así pues, desde entonces, en determinados
municipios de Landes y la Camargue (ambas regiones del sur de Francia) se dan
tanto corridas autóctonas como españolas en las mismas plazas, para los mismos
aficionados, bajo la misma industria taurina. Pero esta “unión”, en lugar de
mejorar la imagen de la industria, acabó
empeorando la de las corridas autóctonas, ya que los animalistas que hasta
ahora no les habían prestado demasiada atención, empezaron a descubrir que los
toros y vacas también sufrían en ellas, a pesar de que no se les mataba al
final. La etiqueta de “crueldad” permaneció.
Course Landaise ©LACS
La siguiente reforma aparece en los EEUU, en las décadas
de 1980 y 90. La comunidad portuguesa de California quería realizar corridas
pero incluso las corridas portuguesas supuestamente “incruentas” se
consideraban ilegales en ese Estado (y en todos los otros) dado el maltrato que
los toros recibían que es contrario a las leyes de protección animal. Fue en
1980 que el torero portugués-americano Frank Borba se inventó un nuevo estilo
(“bloodless bullfighting”), parecido
al portugués, pero sustituyendo las
banderillas y rejón de castigo por equivalentes de velcro (los que, en teoría, no se clavan en la carne del toro sino
que se pegaban en una tela de velcro en
el lomo del animal). Unos años después, en 1999,
el hijo de Borba, también torero, desarrolló ese estilo en una
mini-industria taurina norteamericana
con varias plazas de toros permanentes, ganaderías, escuelas taurinas,
etc. Durante años se hicieron corridas de este tipo sin que el animalismo se
quejara… porque en realidad el movimiento anti-toreo no tenía ni idea de que
estas corridas existían (ni siquiera los grupos de protección animal californianos),
dada la poca publicidad que hacían. Cuando la industria taurina internacional
se dio cuenta de que la etiqueta de crueldad, después de tantos años, les había causado una crisis fuerte e imparable
donde la mayoría de la población en países taurinos ya no le interesaba la
tauromaquia, empezó a considerar la corrida incruenta norteamericana como una
posible salvación a explorar para usarla como último recurso. Con apoyo de
toreros de otros países, la industria americana empezó a expandirse a otros estados (Nevada, Illinois, etc.) y
allí es donde el movimiento anti-toreo empezó a despertarse, lo que conllevó a
investigaciones que al final revelaron que tales corridas ni son incruentas, ni
son no-sangrientas, como era de esperar.
Y esto nos lleva al año 2010, cuando la industria taurina
de Ecuador, acosada por un referéndum nacional que resultó en que la mayoría de
la población del país votó por la prohibición de las corridas de toros, usa
otra vez la carta desesperada de la corrida “incruenta”, esta vez inventándose
un nuevo estilo, que se podría llamar “estilo Quiteño”, donde lo único que
cambia respecto al estilo español es que no matan al toro en público, sino solo
en privado. La revelación en el 2009 del fraude de la corrida “incruenta” norteamericana
, el fracaso comercial de los intentos de expandir tal industria hacia otros
estados de los EEUU, y el rechazo de este estilo por los aficionados taurinos
más ortodoxos, no dejó a la industria taurina ecuatoriana más remedio que inventarse
ese nuevo estilo, que por supuesto no hizo nada para evitar la etiqueta de
“crueldad”, especialmente ahora que la matanza del toro se realiza a puerta
cerrada sin que los animalistas la puedan documentar.
La desesperada búsqueda por la corrida “incruenta” empezó
hace siglos y nunca acabará, porque la
industria taurina está buscando algo que no existe, y cada generación que pasa,
más sensible al sufrimiento animal y más sofisticada en detectarlo, siempre
verá más allá de lo que le vendan los publicistas y reformadores taurinos.
2.
La tortura física y
psicológica de las corridas “incruentas”
La razón del por qué todos los intentos de la industria
taurina por deshacerse de la etiqueta de “cruel” siempre fracasan es porque sus
actividades son indudablemente crueles, y tal hecho se puede documentar
fácilmente. La “crueldad”, o falta de compasión hacia el sufrimiento ajeno,
necesita dos elementos para que ocurra: que se cause sufrimiento ajeno
innecesario, y que el que lo causa se dé cuenta de ello pero siga causándolo a
pesar de que es libre de pararlo. Causar deliberadamente sufrimiento ajeno por
deporte o entretenimiento, de forma repetitiva, ignorando las expresiones de dolor
de la víctima, es un acto de tortura, independientemente de quien es la
víctima, e independientemente de si la víctima sobrevive al final.
Todas las corridas de toros que se han definido alguna
vez como “incruentas”, tanto las portuguesas, las autóctonas francesas, norteamericanas
o Quiteñas, se basan en tortura a toros o vacas con métodos diferentes que les
causan sufrimiento, y los toreros son concientes de ello ya que, dada su
“profesión”, deben leer intensamente el comportamiento de la res que torean
para anticipar sus reacciones. Como nadie obliga a estos toreros a luchar
contra la res (a diferencia de los esclavos de la Roma clásica a los que se
obligaba a ser gladiadores), su conducta se puede describir como cruel, incluso
aunque ellos no sientan ningún placer sádico y actúen de forma fría y calculada
por el sueldo con que se los remunera, o el elogio con que se les venera.
El segundo
ejemplo de sufrimiento psicológico es el
“miedo”, y éste es causado en todo
tipo de corridas, incluso en las “incruentas”. Partiendo de la base de que,
para evitar que la res se acostumbre demasiado a los humanos y ya no los
considere una amenaza – lo que le impediría defenderse embistiendo, que es el
comportamiento que todos los toreros quieren provocar– se la cría en las
dehesas sin mucho contacto humano en un estado más natural que las reses de
carne (y no se les da esa vida “mejor” simplemente por “generosidad” o para
compensar el maltrato que se les va a dar luego), esto significa que cualquier
manipulación humana que se le hace a la res le va a causar más miedo que si se
la hiciera a otra res que está más acostumbrada al trato humano. El hecho de
separarla de su rebaño, que es lo que le ha dado protección desde su
nacimiento, ya va a crear cierto miedo, pero luego se la pone dentro de un
camión oscuro y sofocante para transportarla a la plaza, experiencia que la res
nunca ha vivido y no puede “comprender” ni por instinto ni por aprendizaje, se
la coloca en celdas oscuras con olores relacionados con dolor y ruidos extraños
y amenazantes y finalmente, con gritos, empujones y “pinchazos”, se le fuerza a
correr hacia una supuesta “escapatoria” para encontrarse, en un choque que le
causa un fuerte susto, en una arena
rodeada de humanos chillantes y trompetas aterrorizantes, de la cual no puede
huir ni refugiarse en ningún rincón. Cualquier mamífero, incluso los seres
humanos, puestos en las mismas circunstancias sentiría sin duda temor, ya que
el miedo es una emoción natural que ha evolucionado en todos ellos para
intentar hacer frente a situaciones extrañas posiblemente peligrosas.
El tercer ejemplo de
sufrimiento psicológico es la “angustia”,
que se puede definir como un temor opresivo que no permite el sosiego, causado
a menudo por miedo o incertidumbre al futuro. Este tipo de sufrimiento es más
común en las corridas que se catalogan como “incruentas” que en las corridas
“de muerte”, especialmente si no se mata a la res y se la usa otra vez en
posteriores corridas, como es el caso de las corridas autóctonas francesas.
Para que la incomodidad y el temor se conviertan en angustia hace falta que el
sistema cognitivo del animal sea lo suficientemente complejo como para que
pueda generar predicciones, y que tales predicciones le indiquen al animal que
el futuro cercano no es auspicioso. Todos los mamíferos tienen esa capacidad,
ya que su cerebro está suficientemente desarrollado para tener buena memoria y
usarla para prever el futuro a corto plazo (por ejemplo, el ataque de un
depredador, la aparición de comida o agua, etc.). Las reses de lidia, por ser
mamíferos, pero también por vivir en rebaños lo que conlleva relaciones
sociales complejas, tienen una buena capacidad cognitiva que sin duda les
permite acordarse de situaciones adversas que han vivido en el pasado e
intentar evitarlas. Así pues, toros y vacas que ya se han toreado, se acuerdan
de la mala experiencia que tuvieron, y si se encuentran en una nueva corrida,
saben perfectamente lo que les espera otra vez.
Por tanto, su memoria “alimenta” su frustración ya que saben que, hagan lo que
hagan, no pueden evitar la experiencia, lo que agrava su temor hacia la
categoría de angustia. Si la memoria de una corrida anterior fuera positiva o
neutra, el resultado sería menos miedo (“habituarse” a la experiencia, como es
el caso de la manipulación de ganado acostumbrado al contacto humano), pero ya
que todas las corridas son una experiencia adversa, su memoria, como en el caso
de un evento “traumatizante”, hace lo contrario.
El cuarto
ejemplo de sufrimiento psicológico es el “estrés”. Este es realmente la frontera entre el
sufrimiento psicológico y físico, ya que es el efecto de estar en una situación
de incomodidad, alerta, temor o angustia el tiempo suficiente para que el
estado natural fisiológico que estas situaciones genera para “retornar” al
organismo a su estado de equilibrio y reposo natural, empieza a generar
problemas patológicos ya que tales respuestas evolucionaron solo como
soluciones de emergencia a corto plazo, no para estados a largo plazo. Un
animal, humano o no, sufre de estrés cuando lo que inicialmente era una
reacción natural contra la “adversidad” se ha transformado en una patología, y
como tal es mucho más fácil de detectar clínicamente (con la aparición de
síntomas muy concretos, entre ellos un alto nivel de la hormona cortisol).
Ya que el proceso del toreo es en realidad muy largo (la corrida puede que dure
solo unos 15 minutos pero el proceso empezó cuando se “secuestró” a la res de la dehesa, días o incluso semanas
antes), éste genera sin duda estrés, como los veterinarios de la misma industria taurina reconocen. Este tipo
de sufrimiento es todavía más común en el caso de las corridas “incruentas” en
las que el toro sobrevive el espectáculo y o bien se le sacrifica unos días más
tarde donde el estrés se va acumulando (como en muchas corridas al estilo portugués),
o se le vuelve a hacer pasar por el mismo calvario varias veces con posterioridad, incluso durante el resto de su
vida (como en las corridas autóctonas francesas).
Por lo
que hace al sufrimiento físico, hay un tipo que es común en todos los estilos
del toreo: el “agotamiento”. Para
que toreros de cualquier tipo se puedan acercar a una res y “ejecutar” sus
pases y/o piruetas deben debilitarla para reducir el riesgo de accidente y para
que responda mejor a la “instrucciones” o “engaños” de los toreros. Eso no es
difícil de conseguir, ya que los bovinos tienen una masa corporal muy alta y
mecanismos para controlar el exceso de temperatura interno no muy eficientes
(no sudan como los equinos o humanos ni tienen lenguas muy largas para eliminar
calor como los cánidos o felinos), por tanto, después de cierto ejercicio
físico, se agotan muy fácilmente y entran en riesgo de padecer hipertermia.
Esto se puede comprobar simplemente observando sus expresiones faciales, ya que
hay una que indica precisamente agotamiento: la boca abierta y la lengua fuera,
mientras el animal respira intensamente por la boca (ver foto adjunta de una
corrida portuguesa). De las corridas al estilo español a las corridas
norteamericanas, todos y cada uno de los toros lidiados muestra esta expresión
al cabo de unos minutos de haber estado acosado por los toreros y haber corrido
por la arena a causa de ese acoso. En el caso de las corridas al estilo portugués
este agotamiento se nota más por el hecho de que el toro se ve forzado a correr
más persiguiendo al torero que en este estilo de corrida va montado a caballo
(hecho compartido con el rejoneo español). Cuando un animal está agotado, como
hay un peligro grande de colapso (e incluso de muerte) si no descansa
inmediatamente, el cerebro le hace padecer sufrimiento (que puede incluso
manifestarse como dolor físico muscular, sensación de ahogo, etc.), que
evolutivamente es un mecanismo natural para informar a un organismo de que está
viviendo una situación adversa que debe evitar de forma urgente. Las
expresiones faciales de dolor de atletas agotados al final de una maratón son
un buen ejemplo.
El siguiente ejemplo de sufrimiento
físico es la “lesión” o herida. No
hace falta argumentar que las lesiones y heridas producen dolor, ya que todos
conocemos este hecho que es comprensible tanto evolutivamente como
intuitivamente, y tampoco hace falta argumentar que el dolor es una forma de sufrimiento.
Lo que quizás sí debemos explicar es que en las llamadas corridas “incruentas”
también se inflingen lesiones a las reses toreadas. En el caso de las corridas
portuguesas cada res es lesionada con armas metálicas que le hacen sangrar de
forma evidente. Empieza con la insignia que se le clava al toro antes de salir
a la arena donde se muestra la ganadería a la que pertenece; luego el rejón de
castigo que el torero jinete clava en la espalda del toro después de que éste
se ha empezado a agotar persiguiendo una pequeña bandera al final de un palo
que el jinete muestra al toro, mientras el caballo fresco (al que cambian a los
pocos minutos para que no se agote) está entrenado a correr siempre un poco más
que el toro para que no lo pille; luego están las banderillas que el jinete
clava al toro desde el caballo (y por eso son más largas, lo que causa heridas
mayores una vez clavadas al moverse más de un lado al otro cuando el toro
gira), y finalmente el arma que el matarife utiliza para matar al toro al final
del día o unos días más tarde, a puerta cerrada para que el público no lo vea
(el abuso físico y psicológico del toro es tan severo, y la memoria del evento
lo hace tan peligroso, que a ese toro no se le lo puede volver a torear, por lo
que se mata).
El caso
de las corridas “Quiteñas” es muy similar, con la diferencia que en lugar de
rejón de castigo se usa la pica (la lanza que se clava en el lomo del toro
varias veces por el picador a caballo), y es posible que sea el mismo torero y
no un matarife profesional el que mate al toro con el “verdugo” (una espada
especial para apuntillar al toro cuando aun está de pie) a puerta cerrada el mismo
día de la corrida (lo que no se sabe ya que este estilo es nuevo y como la
muerte no es pública aun no se ha podido documentar).
Las
lesiones en la Course Landaise se dan
en forma de pinchazos que recibe la vaca (ya que para este estilo usan hembras)
para forzarla a de ir de a un lado a otro si se resiste; o pinchazos que recibe
desde una vara con una punta metálica para forzarla a correr en la dirección
opuesta donde otro torero (llamado écarteur) la espera
para esquivarla; o lesiones musculares que puede que reciba causadas por los
estirones de la cuerda que tiene atada en los cuernos.
Las lesiones en la Course
Camarguaise vienen de los pinchazos producidos por el “tridente”, una vara
larga que termina en con tres puntas metálicas afiladas, tradicional de las
ganaderías de la Camargue, y usada para mover reses de un lado a otro con
dolor. En este tipo de corrida a menudo el toro salta la valla que limita la
arena (la cual es menos alta que en las corridas españolas, para permitir que
los toreros las salten más fácilmente, ya que es parte del espectáculo), con lo
que es frecuente que se use el tridente para forzar al toro a regresar a la
arena. También se pueden crear lesiones de forma accidental con el crochet, el utensilio metálico que los toreros
(llamados raseteurs) llevan en la
mano para cortar los cordeles que el toro lleva atado a la base de sus cuernos,
mientras corren delante del toro evitando su embestida.
Por lo
referente a las corridas norteamericanas, uno esperaría que el uso del velcro haya eliminado completamente las
heridas, y el término inglés de corridas “no sangrientas” esté justificado. Sin
embargo, como veremos más adelante, una investigación encubierta hecha por el
movimiento animalista en el 2009 mostró como detrás del velcro de la banderilla hay una punta metálica real que se clava en
la espalda del toro produciéndole heridas, aunque la sangre que se produce es absorbida
por la tela “negra” en el lomo del animal, y por tanto el público no la ve.
También, muchos de los toros toreados en este estilo no se pueden volver a
torear –ya que el toro no solo va a colaborar menos en otras ocasiones futuras
dada su buena memoria, sino que va a ser más peligroso porque su experiencia lo
hace menos vulnerable al “engaño” del torero– y por tanto también son
sacrificados después de la corrida (no sabemos exactamente cómo, ya que no lo
hacen públicamente).
Y no nos
debemos de olvidar de los caballos, la otra víctima de la tauromaquia. Se usan
en las corridas Quiteñas para los picadores, y en las portuguesas y norteamericanas
para los cavalheiros. En las
primeras, como en las corridas españolas, a pesar de que llevan un peto que en
teoría les protege de la embestida del toro, a
veces tal protección es insuficiente, y el toro derriba al caballo
acabando embistiéndolo en aéreas desprotegidas, añadiendo heridas reales (a
veces mortales) al temor que el caballo padece desde el momento en que un ser
invisible –ya que le cubren los ojos al caballo para que no lo vea– le embiste
con toda su fuerza.
En el
caso de las segundas, los caballos también sufren accidentes cuando el toro les
pilla, y como en este caso no llevan peto, tales accidentes pueden ser también mortales,
especialmente en los casos donde, para dar más emoción a la corrida, no se le
cubren los cuernos al toro con cuero.
Y en los
casos donde no hay accidentes, a menudo se puede observar el costado del cuerpo
del caballo sangrando, ya que los jinetes usan con tanta intensidad las
espuelas para que el caballo reaccione rápido a sus instrucciones, que éstas
generan lesiones visibles.
Como vemos, en todos los tipos de corrida que se han
descrito con el término de “incruentas”, hay tortura psicológica y física que las
hace intrínsecamente crueles, a pesar del nombre que se les pone.
3. El incumplimiento de las cinco libertades de bienestar
animal por la tauromaquia
Hoy en día, todas las leyes de protección animal modernas
están basadas en las Cinco Libertades
del Bienestar Animal, un concepto desarrollado inicialmente en el Reino
Unido en la década de los 1980, y que fue adoptado por el resto del mundo.
Estas libertades definen cuáles son las condiciones mínimas en las que se puede
decir que el bienestar de un animal es adecuado, y por tanto son la base
legislativa de penalización del maltrato animal de aquellas personas a cargo de
animales que no pudieron garantizar tales libertades. En particular, las cinco
libertades dicen que los animales deben:
1.
Estar libres de sed y hambre
2. Estar libres de
incomodidad
3.
Estar libres de dolor,
lesiones y enfermedad
4.
Estar libres de expresar su comportamiento
normal
5.
Estar libres de miedo y
angustia
Si se puede probar que una persona falló en dar alguna de
estas libertades a un animal a su cargo, eso equivale a abuso animal y en la
mayoría de los países modernos tal persona es penalizada. Las leyes de
protección más avanzadas del mundo van más allá, al respecto de la severidad de
las multas y condenas (a menudo prisión) y la facilidad con la que se puede
probar tal negligencia. Por ejemplo, la última ley de protección animal del
Reino Unido, la Animal Welfare Act 2006,
permite que las fuerzas de seguridad del estado arresten a una persona solo por
el mero hecho de que se considere que, dado el tipo de trato que da a un animal
a su cargo, es probable que alguna de estas libertades sea perdida en el
futuro, incluso si aun no se ha perdido en el presente. Por tanto, no hace
falta probar que el animal está mal alimentado, no recibe un tratamiento
veterinario adecuado o no puede comportarse de forma natural, sino que, en un
futuro cercano, es probable que se llegue a esta situación dado el
comportamiento negligente que muestra la persona que lo cuida.
El debate de la tauromaquia se basa en discutir el trato
que reciben los toros y caballos usados en la industria taurina, y decidir si
es justificado o no, y si se necesita modificar o prohibir. Por tanto, como
mínimo, lo adecuado es aplicar las cinco libertades de bienestar animal, para
averiguar si hay abuso animal o no. En nuestro caso, podemos hacer este
análisis solo para las corridas que se han clasificado como “incruentas”, y por
lo que ya hemos visto en los capítulos anteriores no solo está claro que tales
corridas infringen alguna de estas libertades, sino que de hecho las infringen todas.
Respecto a la primera (libertad de sed y hambre), es bien
sabido que, con anterioridad a una corrida, no se alimenta a las reses (por un
día completo o más), para evitar excesivos vómitos y defecación en frente del
público, y para evitar el estado soporífero causado por la digestión, por el que
muchos rumiantes pasan. Si bien tal deprivación de alimentación sería aceptable
si fuera recomendada por un veterinario previo una intervención quirúrgica,
claramente no lo es para el hecho de usar al animal para entretenimiento o
celebración. Este fenómeno también ocurre en las corridas “incruentas”,
exactamente por los mismos motivos que cualquier otro tipo de corrida.
Respecto a la segunda (libertad de incomodidad), tercera
(libertad de dolor, lesiones y enfermedad) y quinta (libertad de miedo y
angustia), en el capítulo anterior ya hemos mostrado detalladamente que todos
los tipos de corridas “incruentas” infringen todas estas libertades.
Respecto a la cuarta (libertad de expresar comportamiento
normal) el proceso del toreo se basa en usar comportamientos normales de los
toros o vacas y forzarlos a expresarse de forma innatural para beneficiar al
espectáculo. Por ejemplo, el comportamiento normal de una res de lidia que es
amenazada es unirse al rebaño; si la amenaza persiste huir corriendo con el
rebaño (estampida), y si sigue persistiendo y el rebaño no puede huir más dado
a limitaciones geográficas o agotamiento, entonces embestir al atacante con la
intención de hacerle desistir. Este comportamiento natural de defensa es más o
menos el mismo en todos los rumiantes, como se puede ver en los casos de los lobos
cazando ciervos, o leones cazando búfalos. En el toreo, por otro lado, tal
comportamiento es “manipulado” para que no se exprese de forma natural, y para
que solo la última fase aparezca, y aparezca de forma repetida una y otra vez.
Se separa a la res para que no pueda usar el rebaño como protección, se le pone
en una plaza redonda sin salida ni esquinas para que no pueda huir ni
refugiarse, y se le provoca continuamente para despertar el último recurso del la
embestida, retirando en el último momento el capote o la muleta (o el torero en
el caso de las corridas autóctonas francesas) para que la embestida defensiva
que en la naturaleza solo se efectuaría un par de veces después que el contacto
físico se ha establecido, siga repitiéndose una y otra vez porque no se ha
“completado”. Por tanto, la tauromaquia no solo impide el comportamiento normal
del toro, sino que lo manipula hasta que aparece como un comportamiento
innatural (la embestida continuada, necesaria para el “espectáculo”). Además,
el ganadero de toros de lidia, en teoría, controla la reproducción de sus reses
para generar toros que embistan más de lo normal (que sean más “bravos”), lo
que en sí mismo es un intento de control genético del comportamiento que fuerza
al toro a comportarse “anormalmente”.
Por lo tanto, tanto por genética como por condiciones de
cautividad, tanto por trato como por maltrato, tanto en las corridas al estilo
español como en todas las que se han descrito como “incruentas”, la industria
taurina, a cargo del bienestar de sus animales, incumple los cinco “principios”
de bienestar animal, y es por tanto tan responsable de abuso animal como
cualquier persona condenada por maltrato animal. La única diferencia es que en
nueve países del mundo se han creado “excepciones” legales para que aquellos
involucrados en abuso animal en nombre de la tauromaquia no puedan ser acusados
por las mismas leyes de protección animal que el resto de la población debe
cumplir.
4. El “engaño”
de las corridas Norteamericanas
Cuando la industria taurina empezó a extender las
corridas al estilo norteamericano más allá de California, organizaciones de
protección animal empezaron a investigar este tipo de corridas “incruentas” en
más detalle. El resultado fue revelador, pero no sorprendente. En dos investigaciones separadas, una en una
corrida de toros en Artesia el 23 de mayo de 2009 y otra en Thornton una semana
más tarde, la organización Animal Cruelty
Investigations (ACI), afincada en Los Ángeles, descubrió que las banderilhas
que supuestamente sólo deberían terminar en una punta de velcro que se pegaría a la tela del mismo material colocada en el
lomo del toro en este tipo de corridas, escondían de hecho una verdadera punta
metálica afilada.
Cuando los toros fueron examinados por un ‘agente de
bienestar animal’ (aprobado por el Estado de California para inspeccionar
actividades como ésta), él descubrió que en efecto bajo la tela el toro tenía
pinchaduras y sangraba. El agente en Artesia confiscó las banderilhas y detuvo el evento, pero los agentes en Thornton
tuvieron menos suerte porque cuando hicieron lo mismo junto con agentes de
policía locales, fueron agredidos por los espectadores.
Desde esta “revelación”, el avance de las corridas “incruentas” a
través de América se detuvo y muchas de las corridas que se había programado en
otros estados se cancelaron. Las investigaciones continúan, ya que ahora que el
movimiento animalista de los EEUU ya conoce su existencia, sin duda va a haber
más.
El motivo de la existencia de este “fraude” podría ser el
siguiente: por un lado, la idea de que las banderillas se mantendrían pegadas
en el velcro a pesar del movimiento
brusco continuo de los toros parece que
se encontró con problemas técnicos que se intentaron solucionar con la punta
metálica debajo de la banderilla, que al clavarse en la tela y el lomo del toro
mantendría la banderilla en posición. El problema de la sangre que esto
generaría (alertando a las autoridades) se podría solucionar haciendo la tela
del lomo muy gruesa y negra, para que la sangre no se hiciera visible. Por otro
lado está la función original de las banderillas y el rejón de castigo en la
corrida, que es debilitar al toro para que los demás toreros (en el caso de
Portugal los llamados forcados)
puedan manipularlo mejor después. Sin el dolor ni la pérdida de sangre por la
utilización del velcro en lugar de
las armas usuales puede que la tarea de los toreros resultara demasiado
difícil, y por tanto se intentó “reintroducir“ las banderillas esperando que
nadie se diera cuenta.
El “fraude” principal de las corridas norteamericanas no
es que causan sangre cuando se definen como no-sangrientas, que matan a los
toros después de la corrida cuando se definen como “sin muerte”, que pretendan
ser la solución de la crisis de la tauromaquia cuando los aficionados ortodoxos
las detestan, o que se definan como incruentas cuando la tortura de los toros
no se ha eliminado (ni se puede eliminar). El “fraude” más significativo es que
están basadas en “engaño” a todos los niveles, por diseño. El engaño al toro
para hacerle pensar que está siendo atacado por un depredador perseverante al que
no se le puede apartar; el engaño a las autoridades porque intenta esconder la
vejación que se imparte a los toros, en contra de la legislación pertinente; el
engaño al aficionado porque se le muestra una corrida sin los elementos que
desea ver; el engaño al lobby taurino que pierde la “tradición” como un
argumento de defensa de la tauromaquia; el engaño al público porque se le vende
la imagen de una corrida “incruenta” que en realidad está llena de crueldad; y el engaño al político porque se le vende la
imagen que este tipo de corrida va a solucionar el problema del debate taurino,
y va a ser aceptada por el movimiento de protección animal, cuando evidentemente
no es cierto.
5. El aumento de “manipulaciones” en el toreo “incruento”
El caso del “fraude” encubierto en corridas
norteamericanas explicado en el capítulo anterior genera una reflexión. ¿Es
realmente posible torear a un toro al que no se le debilita con dolor y pérdida
de sangre? Ya sabemos que la historia del debate taurino está llena de
acusaciones de “manipulación” de los toros antes de que salgan a la arena, para
facilitar la labor del torero y reducir su riesgo. Por ejemplo, el uso de
drogas, vaselina en los ojos, sacos de arena, recorte de los cuernos, alfileres en los testículos,
etc. Varias de estas acusaciones son infundadas y no tienen mucho sentido ya
que el uso de la pica y las banderillas es claramente suficiente para debilitar
al toro y permitir al torero que haga su “faena”, pero algunas no solo son
ciertas, sino que han sido reconocidas por la misma industria taurina, que ha creado
reglamentos que prohíben tales manipulaciones y ha cambiado prácticas para
eliminarlas.
Por
ejemplo, el caso del “afeitado”, donde se liman las puntas de los cuernos para
disminuir el peligro de una cornada. Esta práctica, prohibida por los reglamentos
taurinos de los países donde se practica la corrida al estilo español, se ha
seguido practicando, y de vez en cuando se ven noticias de ganaderos u otros profesionales
taurinos multados por tal infracción. Por otro lado, tales prácticas son
legales en Portugal, donde no solo se pueden limar los cuernos sino que también
se les ponen fundas de cuero, especialmente para evitar que los toros hieran a
los caballos, que no tienen otra protección. Pero la pregunta que nos debemos
hacer es que, si algunas de estas modificaciones realmente ocurren, a pesar de
ser en contra de la normativa y de la “reputación” de los toreros involucrados,
y a pesar de que los toros ya se debilitan intensamente con las banderillas, la
pica, o el rejón de castigo, ¿no sería de esperar que ocurrirían aun más en
aquellas corridas donde no se pica ni se banderillea al toro? Si realmente
existe un elemento de “toreros cobardes” que pretenden ser valientes atacando a
un toro que ha perdido aun más la capacidad de defenderse por la “manipulación”
que ha recibido, ¿no sería de esperar que éstos usaran aun más manipulaciones
en las corridas catalogadas como “incruentas”, donde el toro está más “fresco”?
Si el proceso de “incrueldad” de la tauromaquia es
simplemente una respuesta a la crisis taurina con la que la industria intenta
mejorar su imagen, ¿no nos tendríamos que esperar más “engaños” en las corridas
supuestamente incruentas, incluyendo engaños referentes a la supuesta valentía
del torero, o a la supuesta peligrosidad del toro?
Los taurófilos más ortodoxos evocan conceptos artísticos
y filosóficos para justificar la tauromaquia, como “bravura”, “casta”, “honor”
y “valentía”, para exaltar una tortura de un animal a algo “supremo” que
debería considerarse un patrimonio cultural universal. ¿Pueden seguir usando
tales argumentos si siguen en la línea de reformar la industria hacia la
corrida “incruenta”, que es un terreno mucho más fértil para el “engaño” de la
manipulación del toro?
6. La tauromaquia con piel de cordero
La tauromaquia no solo se basa en eventos donde se
tortura animales, sino también en espectáculos públicos donde los taurinos
pueden llevar a sus hijos menores para que también se vuelvan aficionados, a
través de desensibilización y cohesión tribal. Aquellos contrarios a las
corridas de toros usan argumentos
poderosos sobre cómo la violencia perpetrada a los toros acaba “infectando” a
la sociedad que tolera la tauromaquia, haciéndola una sociedad más insensible
al sufrimiento ajeno, y por tanto más susceptible a volverse más violenta. Son
ya conocidos los estudios que relacionan el abuso de animales con el abuso a
humanos, y cada vez hay más académicos que se unen al rechazo de la tauromaquia
no por motivos de protección animal, sino por motivos de seguridad ciudadana.
Pero
¿cómo cambia esta inducción a la violencia en el caso de las corridas
“incruentas”? Si la tortura, aunque modificada, persiste, si el culto al
“matador” de toros persiste, si la cría de animales para ser humillados en
espectáculos públicos persiste, si la narración del discurso taurino de dominación
sobre la “bestia” persiste, y si, en definitiva, la “maquia” (lucha) en
tauromaquia persiste, la inducción a la violencia va a seguir existiendo. Si la
tauromaquia se viste con piel de cordero, mas razón tenemos de temer al lobo
que se esconde detrás.
Más allá de la apología de la violencia desde un punto de
vista puramente teórico e indirecto, la existencia de las corridas “incruentas”
no impide que se usen para reforzar las corridas “cruentas”. El caso más claro
es el de las corridas norteamericanas, que generaron una mini-industria taurina
en los EEUU. Tal industria, a pesar de que
está limitada por la legislación que impide que se realicen corridas al estilo
español, portugués o Quiteño, ha generado no solo ganaderías de toros de lidia
para ser usados en corridas “incruentas”, sino también escuelas taurinas, las
cuales ya han creado algunos toreros de nombre. Pero tales escuelas no enseñan
el “toreo incruento”, sino simplemente el toreo tradicional, y los toreros
formados en ellas han acabado matando toros en el extranjero, porque para eso
se apuntaron a los cursos. Es irónico ver
cómo una industria que se vende como “no sangrienta” tiene escuelas de
“matadores” de toros que aprenden a ser lo más sangriento que uno pueda ser.
Y es que la imitación de una actividad violenta sigue
siendo una actividad violenta de por sí, y por tanto no nos debería de extrañar
que aquellos que aprenden el “arte” de matar declarando que no lo van a usar, de
todas maneras acaben usándolo donde les dejen. Como analogía, miremos el caso
de la violación (es solo una analogía ilustrativa, no una comparación directa).
En un mundo hipotético donde violadores se han organizado para hacer de sus
prácticas un espectáculo público, y donde lo han conseguido hacer en un país
determinado durante tantas generaciones que los espectadores han empezado a confundir excitación sexual por
catarsis artística, es perfectamente posible que se creara una “sexomáquia”,
con una industria asociada, cátedras en universidades para estudiarla,
comentaristas periodísticos especializados en ella, y por supuesto una
oposición organizada proveniente de los defensores de los derechos humanos. Si
tal sociedad hipotética, influenciada por los avances intelectuales de otros
países, madurara con tiempo y la mayoría de la población quisiera prohibir las
actividades “sexomáquicas”, es posible que surgiera la opción de la “violación
incruenta”. Primero limitando que víctimas se pueden violar, y que tipo de
actos sexuales son permitidos. Luego, si eso no satisface a los protectores de
los derechos humanos, se podrían reformar incluso obligando a los violadores a
usar preservativos, y solo violar a victimas que han tenido una vida afortunada
y “lujosa”. Quizás eso tampoco eliminaría el debate, así que al final, la
“violación incruenta real” por excelencia se propondría: No más víctimas
humanas; se sustituyen todas por muñecas inflables. ¿Realmente sería razonable
que tal sociedad continuara aceptando tal “sexomáquia”, incluso si ya no hay víctimas
reales? ¿No sería la prohibición del “culto a la violación” la única solución éticamente
aceptable? La imitación de la crueldad sigue siendo un acto cruel,
especialmente si la víctima no sabe que es solo una imitación.
La crueldad de las corridas “incruentas”, llámense portuguesas,
francesas, norteamericanas, Quiteñas o cualquier otra nueva que se inventen, es
muy real por lo que se refiere a toros, vacas y caballos que la padecen, pero
también lo es para los habitantes de la sociedad que las tolera, ya que les
impide abolir totalmente la tauromaquia, la cual causa daño social y ayuda a
perpetuar violencia. La mayoría de países del mundo optaron por la abolición
sin la necesidad de ningún paso “intermedio”, porque en cuestiones éticas que
implican sufrimiento ajeno no hay pasos intermedios que valgan. El movimiento
animalista es parte del movimiento pacifista, contrario a la violencia
injustificada, y por tanto busca la abolición de la tauromaquia, por ley o por
reconversión. No hay espacio en el siglo XXI para espectáculos crueles que
causan sufrimiento a otros seres sintientes, y cambiar el nombre, la forma o
intensidad de tal crueldad no les otorga el derecho a seguir existiendo.
Jordi Casamitjana
Etólogo
London, UK
Enero 2012
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