Ayer por la tarde se presentó en Madrid el libro "Palabras para un toro sin voz". Se trata de una obra que consta de una serie de relatos cortos, que hacen alusión al Torneo de La Vega, un esperpéntico festejo que se celebra todos los años, en el mes de septiembre, en la localidad vallisoletana de Tordesillas.
La idea nace de la Plataforma Manos Rojas, que crearon Julio Ortega y Ángel Padilla.
Entre los que se han colaborado de forma desinteresada a hacer realidad este necesario libro, se encuentran, además de los nombrados: Rosa Montero, Soledad Puértolas, Juan Kalvellido, Emilio Silva, Carlos Mañas, Jorge Riechmann, Ruth Toledano, Hugo Cardalda, Esther Tusquets, Luisa Cuerda, Asier Triguero, Fernando Delgado, Rafael Narbona, José Luis Victoria, Fernado González "Gonzo", Carlos Azagra, Elvira Linda, Nativel Preciado, Ricardo Muñoz José, José Luis Ordónez, David Fernández Rivera, Ian Gibson, Vicent Jaume Almela, Javier Montilla, Eduardo y Eduardo Galeano.
Las próximas presentaciones tendrán lugar en:
Valladolid el 23 de febrero a las 19.30, en el Aula Triste, Palacio de Santa Cruz (piso bajo, entrando en el claustro a la izquierda). Plaza de Santa Cruz.
Vigo: Sábado 25 de febrero a las 19.30. En la Casa del Libro. Calle Velazquez Moreno 27.
Barcelona: fecha por determinar.
El libro se puede adquirir en la página www.edicioneshades.com al precio de 12 euros. La totalidad del dinero recaudado irá destinado a fomentar todas aquellas iniciativas que sirvan para la abolición de cualquier tipo de maltrato animal.
Tuve la suerte de ser invitado a la presentación que se hizo ayer por la tarde en la Casa de la Juventud de España, y para poner mi granito de arena en esta importante iniciativa, aquí os dejo lo que escribí para la ocasión:
PALABRAS PARA UN TORO SIN VOZ (José Enrique Zaldívar Laguía) (2/02/2012)
El día seis de este mes, se cumplirán cinco años desde que, estando en la consulta del dentista, cogí de la mesita de la sala de espera un ejemplar del periódico El País. En él, me encontré con una columna de Rosa Montero, con el título de “Ay”, en la que mencionaba a un veterinario que decía: “Yo podría aseverar perfectamente que el toro de lidia no sufre. Así como lo digo: no sufre dolor”. Y ahí, que no “Ay”, empezó mi trabajo por la abolición de la Tauromaquia. De ser un veterinario antitaurino acomodado, pasé a ser un veterinario abolicionista activado.
Decía Rosa en su columna, que esas declaraciones le habían producido “congoja y pasmo turulato”; a mí me produjeron cabreo deontológico, porque cabreo es lo que sentí en ese momento; aún me dura… Gracias, Rosa, no puedes imaginar el favor que nos hiciste, a los toros y a mí.
Tordesillas y su Toro Alanceado, son una mancha más, negra mancha de nuestra negra España. Allí, año tras año, se celebra uno de los espectáculos más crueles de maltrato animal que un ser humano es capaz de pergeñar. Un toro es perseguido a campo abierto por más de doscientos lanceros del siglo XXI a pie y a caballo, con el único y sanguinario objetivo de darle muerte.
El resto de la historia ya lo conocéis, así que, no tiene sentido que os explique lo que allí sucede.
He perdido la cuenta de los lugares en que he demostrado, con argumentos científicos, que negar a un mamífero dotado de un sistema neuroendocrino muy parecido al nuestro, la capacidad de sufrir síquica y físicamente en todos y cada uno de los festejos en que es utilizado, no deja de ser un ejercicio de cinismo que pretende justificar lo que no se puede.
Como veterinario que ha vivido en primera persona los importantes pero insuficientes cambios que ha sufrido nuestra sociedad en cuanto al respeto por los animales en los últimos treinta años, se que la abolición de todos los espectáculos taurinos, abrirá la ahora entreabierta puerta de la empatía y compasión con los animales, para acabar de una vez por todas con cualquier tipo de maltrato hacía ellos; porque, mientras sea legal clavar puyas, banderillas, rejones, espadas, descabellos, puntillas y lanzas, o embolar o ensogar a toros y vacas, el maltratar a cualquier animal encontrará un rincón en las conciencias para poder ser justificado en base a tradiciones y costumbres centenarias o milenarias, arte, cultura o raíces.
“Sin raíz… nada”, se puede leer en la página digital del Patronato del Toro de la Vega. Esta frase me ha recordado a Garcinuño, el anciano de pelo blanco y largas barbas, que aparece en la película “Amanece que no es poco”, con sus raíces tan enquistadas en la tierra, que Morencos, el campesino intelectual del pueblo, le dice: “Contigo, la verdad que no se sabe qué hacer. Lo mismo da que se te riegue o que se te abone. Te da por no brotar y no brotas”. Garcinuño empezó a brotar en el siglo XVI -curiosamente el siglo en que aparece la primera referencia escrita sobre el inmemorial Torneo de la Vega- que se dice pronto, pero parece ser que en el siglo XVIII se dio a las mujeres con muchísimo exceso y que por eso se le plantó el crecimiento. Yo les diría a algunos “Tordesillanos”: ¡Brotad!, no vaya a ser que os pase lo que al pobre Garcinuño. Que me perdonen las mujeres por el comentario, pero no debemos olvidar que, antiguamente, el premio para el lancero que acababa con la vida del toro eran los testículos del animal, símbolo de la virilidad desde tiempo inmemorial.
Entre toda esa buena gente que he conocido a lo largo de estos últimos cinco años, están algunos de los que han contribuido con sus maravillosos escritos a la publicación de este libro: Ángel Padilla, Javier Montilla, Ruth Toledano y Julio Ortega. A ellos, a los que he tenido el placer de conocer hoy, y a los que aún no conozco, muchas gracias en nombre de los toros sin voz, que hoy, gracias a vosotros, la tienen; muchas gracias en nombre de los maltratados con la crueldad que sólo el ser humano es capaz de practicar y en especial en nombre de los toros alanceados en el Torneo de la Vega, y en el mío propio.
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