4.18.2010

Activistas a la Polí­tica

Por Emmeline Manzur

Guayaquil, Ecuador. Fin de semana de octubre del 2005: 400 activistas al pie del coliseo cerrado Voltaire Paladines Polo, 500 policí­as, alrededor de 300 asistentes, 13 toros a ser torturados y asesinados para el goce de una multitud, polí­ticos, UN alcalde.

De todos estos elementos, por así­ llamarlos, sólo hay uno con suficiente poder de decisión como para permitir, solapar, apoyar o prohibir, impedir, vedar el mencionado despliegue de degradación taurómaca. Comprendí­ ese dí­a que la posición de uno sólo, entiéndanse, su cargo o influencia, eran requisito sobrante para que se diera o no una masacre, para que se respeten o no la vida y libertad de otra especie de mamí­feros, para que se condone la muerte de seres plenamente facultados para sentir dolor, miedo y percibir la injusticia.

Cuánta impotencia sentimos los activistas cada vez que se nos derrota abierta pero no democráticamente. Cada ocasión en que se suscita un retroceso al justo avance de la situación de los animales no humanos en el mundo. Cada oportunidad en que se niega bajo argumentos absolutamente absurdos y caverní­colas la justa libertad de estos seres que forman parte de lo que algunos llamamos "creación".

Si una "simple" corrida de toros no significó otra cosa que el capricho de UNO sólo con el suficiente poder como para dar un sí­ o un no; mientras que las voces de cientos afuera del coliseo sanguinario y cientos de miles que jamás aprobaron democráticamente una barbaridad como tal -aunque no se encontrasen junto a los que sí­ padecieron el yugo de la represión- me permito indicar a mis colegas: intervengamos en la polí­tica.

Muchas regiones de España, especialmente Cataluña, llevan años oponiéndose a la sádica actividad taurina. Miles de activistas sudan la gota gorda, se enfrentan a la "autoridad" represiva que ejerce el "control" y mantiene el "orden" en las calles, y a pesar de todo esto, de ser los portadores de lo que la mayorí­a de los españoles quiere, su voz es ignorada e intentan acallarla. Por más que se levante la conciencia de muchos, que se promueva la causa anti-tauromaquia, siempre parece hacer falta algo y ese algo no es más que el poder de decir sí­ o no, es decir, poder de decisión.

Y así­ continúa el galopante holocausto animal en sus numerosos frentes, pasando por encima de todos los que queremos paz con el resto de lo creado. Sabemos que somos mayorí­a, pero siempre está presente aquella piedra en el zapato, aquel polí­tico retrógrado que en los albores del siglo XXI sigue jugándonos a todos, animales humanos y animales no humanos, unas pésimas pasadas.

El 30 de septiembre del 2007, se elegirán en Ecuador los asambleí­stas encargados de redactar la nueva Constitución de este paí­s. Felizmente, entre los candidatos hay algunos activistas por los derechos de los animales. No podemos saber si llegarán a ocupar los escaños del futuro parlamento. Pero si llegasen a ocupar esas instancias, sabemos que ya las probabilidades de que ese factor decisivo afirmativo o negativo incida a favor de los vejados animales, aumentarán.

Sinceramente espero algún dí­a "formalizar" mi activismo y trabajar desde la esfera polí­tica a favor de estos seres abusados. Hay dos razones que me indican que puede ser la ví­a más exitosa y fructí­fera para avanzar en la causa: una, podrí­a dedicarle el 100% de mi tiempo y no un porcentaje inferior como a muchos de los activistas nos toca, a razón de nuestras obvias ocupaciones -muchas de ellas laborales que no tienen nada que ver con la causa. La segunda es evidentemente ese factor decisivo afirmativo o negativo que dependerá de mí­ o quizás de otros, pero que definitivamente me será más cercano y familiar. Podré estar frente a aquel UNO que hace toda la indiferencia y que arroja al vací­o las justas demandas de los activitas en la actualidad.

Realmente, hoy por hoy, la democracia es una utopí­a y eso a los activistas nos es evidente cada vez que los polí­ticos mandan al diablo las estadí­sticas, los votos, las encuestas y las protestas, sólo porque han llegado a aquel estado sublime, majestuoso y celestial donde sólo decir sí­ o no cuenta, porque eso es eso lo que se cumple, no lo que la justa mayorí­a desea.

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