Por Ruth Toledano para el diario El País
El próximo domingo 28 de marzo, a las doce de la mañana, saldrá de la plaza de la Villa una manifestación en contra de las corridas de toros, a cuyo manifiesto puede adherirse ya cualquier persona en la web www.latorturanoescultura.org. Se trata de una convocatoria a través de la que los animalistas de toda España llaman a los ciudadanos que defienden a los animales a que se unan contra el espectáculo de torturar y matar a un animal por pura diversión y gracias a las subvenciones que reciben tales actos de crueldad, provinientes del dinero de los contribuyentes.
En la manifestación, que llegará hasta la Puerta del Sol, se dará voz a aquellos que no la tienen, los toros, pero además se alzará la de la inmensa mayoría de nuestra sociedad. Porque en España nunca se ha querido tener en cuenta a los antitaurinos, pero las cuentas de las encuestas son claras y arrojan unas cifras que sonrojarían al más tibio de los demócratas: más del 70% de los ciudadanos (en general bastante más, vayan ustedes a comprobarlo) son partidarios de prohibir la llamada fiesta nacional (como dice El Roto: "¿Fiesta de los toros? ¡Será de toreros y ganaderos!"). Así lo demuestran las encuestas realizadas por ELPAIS.com, adn.es, antena3noticias.com, kiss.com, rtve.es, elPeriódico.com, ElCorreoGallego.es o informativostelecinco.com, por poner sólo unos ejemplos recientes, cuyos resultados valdrían, en cualquier sistema donde se respetaran de verdad la justicia y la voluntad popular, para convocar un referéndum sobre el tema. La Iniciativa Legislativa Popular (ILP) que ha llevado el debate al Parlamento catalán con el aval de 180.000 firmas ciudadanas, cuando sólo necesitaban para ello 50.000, lo ha demostrado igualmente.
Los matadores, ante la evidencia de su desesperada situación y de que el futuro, que queremos cercano, será el triunfo de la razón y de la compasión, necesitaban una política que, lejos de aceptar el sentir de la mayoría, toreara hasta el descabello a la democracia. La encontraron, cómo no, en la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, quien ahora, en uno más de esos gestos histriónicos que marcan su carrera y que compondrán la esperpéntica memoria de su paso por la vida pública, se hace una foto con montera y decide dar el decretazo de considerar las corridas de toros como Bien de Interés Cultural en nuestra región: una manera de proceder propia de tiempos predemocráticos, por no decir totalitarios, por no decir fascistas.
La consideración de Bien de Interés Cultural elevaría la brutalidad de las corridas de toros, en las que se maltrata salvajemente a un animal, a la categoría oficial de patrimonio, lo que a su vez implica no sólo protección o salvaguardia del mismo, sino además su promoción, valorización, revitalización y transmisión. La Unesco señala que la "transmisión" se realizará "a través de la enseñanza formal y no formal", así que, de prosperar los planes de Esperanza Aguirre, el día menos pensado las escuelas madrileñas podrían enseñar a nuestros niños cómo clavar un cuchillo en la espalda de un aterrado becerrito de su misma edad. ¿Es eso un bien cultural? No.
La intención aún es más aviesa si tenemos en cuenta la situación del patrimonio cultural en Madrid. Me refiero a lo que sí merece la pena defender pero se encuentra sin defensa e incluso, en ciertos casos, en un estado de abandono que puede llegar a ser fatal. Independientemente de que las corridas de toros no son un bien, sino un mal (lo advirtió Einstein: el mal es la ausencia de bien en los corazones; ¡si viera lo que esta mujer llama bien cultural!), es una vergüenza que en un par de semanas se declare BIC semejante práctica pero, por ejemplo, el frontón Beti-Jai, único en el mundo en su estilo arquitectónico, lleve 30 años cayéndose, o que se haya demolido la cárcel de Carabanchel, cuyo valor monumental, el de la memoria, era único e inestimable. Valor, claro, que es lógico que no sepa apreciar esa señora bien, la Aguirre, porque las señoras bien estaban abanicándose en los toros, asistiendo a su tortura, mientras la gente mal se encontraba confinada, torturada, en las celdas franquistas. Hubo un día, era periodo electoral, en que la presidenta prometió construir un hospital en la vieja cárcel. Aparte de que la verdadera defensa del patrimonio habría sido crear en esas galerías un museo de los horrores que mantuviera fresca la memoria del totalitarismo, la presidenta mintió. Mentir tampoco está bien.
Roland Barthes escribió que "hay momentos en que uno escribe porque piensa participar en un combate". Yo me he dispuesto, una vez más, a participar en un combate, del que me veo obligada a escribir. Es un combate que no deseo, porque defiendo la paz y la entiendo extendida a los individuos de cualquier especie, pero al que me abocan los violentos. La manifestación del domingo 28 será parte de ese combate, pacífico por nuestra parte, y se celebrará para decir a los que hacen sufrir a los animales que eso no está bien, que eso no es un bien, que proteger actos sádicos y salvajes no está bien, que ensañarse hasta la muerte con un animal encerrado no es un bien. Mal. Está mal. Es el mal.
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